jueves, 5 de agosto de 2010

Las uvas y el olor a macho de la ingles


Algo que me produce mucho placer es jugar con alimentos en el sexo: la comida ingerida como metáfora del canibalismo que puede llegar a despertarse en mí.

Por eso este macho me espera junto a la bandeja de uvas; porque sabe que no podré resistirme a acariciar su piel sirviéndome de los pequeños frutos. Tomaré las esferas de zumo una a una y despaciosamente las deslizaré por su entrepierna. No le quitaré el bañador: me producirá más placer retirárselo un poco con mis dedos y hacer pasar la uva en el hueco entre el textil y la ingle.

El fruto irá girando, rotando sobre sí mismo, para cubrir toda su superficie con el sudor impregnado en olor a macho. Será delicioso llevármelo a la boca mientras pienso que la siguiente uva rondará su huevo derecho, y otra el izquierdo, y otra veremos a ver si soy capaz de metérsela por el ojete sin que reviente.

martes, 3 de agosto de 2010

El olor de las ingles

Últimamente me pone burraco el olor de mis propias ingles. No es que se trate un aroma corporal que me hubiese pasado desapercibido hasta el momento; pero la ola de calor que nos acecha me lo hace presente en cada hora del día, especialmente cuando estoy en el gimnasio y utilizo esa máquina infernal para fortalecer los muslos, que es parecida al potro de las parturientas y que, de una manera cíclica, me va acercando la pelvis a la cara para que deguste la pestilencia a macho que emana de mi entrepierna.

Pero precisamente ahora no quiero tener presente mi propio olor corporal, sino el de estos tiarrones que se están achicharrando en la playa bajo el sol.



Es impagable el primer plano de este abuelo emborrizado en arena, con esos pelos del pecho bastos como cerdas y esa mano descuidada, peligrosa, cerca del paquete. La mezcla de olor a salitre y exudación tiene que ser extremadamente estimulante...





El color blanco. Ya sabéis que me pirra el color blanco en la ropa interior de los tíos y en los bañadores no podía ser de otra manera. Por mucha licra que haya por medio, el blanco siempre transparenta, siempre hará que se insinúen las formas, los volúmenes; por eso se me pone dura sólo al pensar que, mientras esté comiéndoles las ingles al barbas de la lata con forro, podré verle cómo se le marca el capullazo, el escalón y hasta las venas del rabo.
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Vaya felpudo humano. Vayas manazas como culmen de esos hombros y esos brazos exageradamente peludos. Seguro que cuando retire mi boca de su entrepierna tendré la cara cubierta de pelos rizados que se empeñarán en permanecer adheridos a mi piel. Puedo ir un poco más allá en mi fantasía e imaginármelo abrazado a mí, devorándome, como en la escena inicial de "De Aquí a la Eternidad", si bien mi macho lo sería mucho más que Burt Lancaster. Nuestros cuerpos se retorcerían juntos en la orilla y el suyo quedaría completamente emborrizado de arena. Las pequeñas partículas de cuarzo, atrapadas entre las selva de su vello, me arañarían la piel en cada abrazo, y luego, cuando me follara por detrás, mi espalda quedaría completamente enrojecida, surcada por multitud de delgados hilos sangrantes.






No sé por qué éste me da pinta de cabrón hijoputa. Ojo al detalle del mando a distancia en su mano derecha. Seguro que me agarra por la cabeza para que no me escape, para que le lama las ingles, los huevos, la polla, mientras él no deja de hacernos fotos con oscuras intenciones.





Me sobreexcita la postura de este cerdaco, tirado en la hamaca como esperando que me abalance hacia él. Me está provocando ese bañador cortito y ajustado al tiempo que suelto por la zona del paquete. Como debe ser. Me parece tan sexy con esa barriga que se derrama por encima del bañador... Sus piernas entreabiertas me llaman, para que las abra aún más, para que hunda mi lengua en el calor de sus muslos.


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Y digo yo que al final he hablado de todo menos del olor a macho de las ingles...